miércoles, 20 de octubre de 2010

Javier Benegas: ”La extinción del mercado”

El Confidencial 07/10/2010
La mayor crisis de la Historia está condenada a cerrarse en falso. ¿Por qué? Porque a fin de cuentas el modelo económico mundial es básicamente intervencionista, sea cual sea el signo de los gobiernos, y la política, de acceso restringido, se ha convertido en la única llave con la que abrir el cajón de las soluciones. Y, en la práctica, lo que están haciendo los políticos y los grandes grupos de presión es acaparar recursos, distorsionar el mercado y poner barreras al libre acceso a la economía. Es decir, restringen la libertad de los “pequeños agentes”: PYMES, microempresas, autónomos, asalariados y demás gente de mal vivir.
Si unos pocos agentes acaparan la mayor parte de los recursos, la capacidad de crear riqueza se ve limitada. En primer lugar, porque la capacidad de generar riqueza está relacionada con el número de agentes que pueden intervenir en la economía. Si el acceso a la economía está restringido se producen dos efectos negativos: por un lado, quienes dominan el mercado acaparan la riqueza y tienen menos necesidad de innovar e invertir; por otro, se vuelven muy codiciosos, poco transparentes y, llegado el momento, pueden trasladar sus pérdidas al conjunto de la economía, lo que vulgarmente se llama “socializar las pérdidas”.
La dictadura de los “grandes agentes”
Por poner un ejemplo, el grueso del poder financiero está concentrado en las manos de unos pocos agentes. Y éstos, en connivencia con el poder político, están impidiendo que el precio de la vivienda se ajuste. Así no tienen que detraer gran parte de sus recursos para compensar las pérdidas. Por el contrario, el ciudadano de a pie ha de pagar un precio por su vivienda que no se corresponde con el valor de la misma y su valor patrimonial se reduce cada vez más, mientras que la cantidad de recursos que ha de destinar a pagar su hipoteca se mantiene inalterada. De esta forma, los bancos imputan una parte muy importante de sus pérdidas al consumidor final y, al impedir el ajuste del precio, el mercado se estanca y el sector de la construcción permanece bajo mínimos.
Todo esto tiene otro grave inconveniente. El valor de la vivienda es mucho menor que la deuda a la que respalda, lo que implica que la riqueza neta es menor que la riqueza aparente. En consecuencia, para que el banco mantenga sus beneficios, los consumidores se ven cada vez más endeudados. Y esa deuda termina por trasladarse al conjunto de la economía y, lejos de diluirse, vuelve como un bumerán y golpea a todo el sistema. Tarde o temprano, el delicado equilibrio entre endeudamiento y riqueza se rompe.
“Deudalismo”
Cuando los grandes agentes no son capaces por sí mismos de generar la riqueza necesaria para sostener el crecimiento económico, y el acceso al mismo de los pequeños agentes está seriamente comprometido, la deuda se convierte en el sucedáneo de la riqueza. Por ello, lo que hemos vivido en estos últimos años no ha sido más que el ajuste de un sistema económico cerrado basado en el endeudamiento: lo que yo llamo deudalismo. Un sistema de “deuda infinita” cuya viabilidad a medio plazo se ha sostenido con alfileres a base de hacer creíble que se podrían generar (y si fuera preciso, confiscar) los recursos necesarios para respaldar, ejercicio tras ejercicio, la cuota de deuda correspondiente. Es importante entender que “respaldar” no significa en modo alguno “pagar” la deuda, sino simplemente hacer frente a sus vencimientos a corto o, en todo caso, renovarla e ir abonando los intereses puntualmente. De ahí que la deuda tienda a ser infinita.
Cuando la deuda es tan elevada que pone en riesgo el sistema, el gran agente (en este caso el Estado) ha de hacer creer al resto de grandes agentes globales que pondrá en marcha reformas para generar más riqueza, aplicará medidas de reducción del gasto y confiscará nuevos recursos mediante una mayor presión tributaria. Con estas tres iniciativas, usadas de forma combinada, se puede influir en los agentes globales generando lo que se ha dado en llamar “confianza”. El objetivo es asegurar la capacidad de endeudamiento hasta que se produzca una reactivación económica. Pero ese milagro no se produce porque en sí mismas las soluciones aplicadas no están destinadas a liberar recursos sino a detraerlos y sostener el endeudamiento. Y lo que se produce es un mayor empobrecimiento de los pequeños agentes. La economía, lejos de reactivarse, se contrae aún más hasta tocar fondo y quedar estancada sine die.
La transferencia de la deuda a los “pequeños agentes”
Dentro de este sistema, cuando la riqueza no crece o se reduce, la deuda neta se incrementa, y con ella sus intereses, hasta hacer saltar por los aires el equilibrio presupuestario de particulares, empresas, administraciones públicas y Estados (por este orden). Entonces la maquinaría se pone en marcha y se da una nueva vuelta de tuerca al reparto tanto de la riqueza como del riesgo, trasladando la mayor parte del esfuerzo a aquellos agentes que no tienen los medios ni la fuerza suficiente como para defender sus legítimos intereses. Es decir, ustedes y yo mismo, para que nos entendamos.

No ha existido durante todos estos años un modelo capitalista dentro de una economía liberalizada, sino un modelo económico basado en la intervención del mercado, el secuestro de recursos y la destrucción de la libre competencia.

En una economía de libre acceso el ajuste hace tiempo que habría concluido, y el reparto del esfuerzo habría sido más o menos equitativo. Pero en una economía de acceso restringido, donde los grandes agentes lejos de asumir sus pérdidas se dedican a transferir la deuda al resto, el ajuste se convierte en la cuadratura del círculo.
Los problemas se hacen evidentes al comprobar que la mayoría de las empresas sólo han sido capaces durante los últimos años de reducir costes, pero no de aumentar su facturación de forma significativa. Algunas de ellas anuncian beneficios. Pero, salvo contadas excepciones, éstos vienen en su mayor parte por la vía de la reducción de costes, no por el aumento de las ventas ya que el mercado sigue bajo mínimos. Se trata de estrategias para mejorar los márgenes de explotación en un mercado que se contrae de manera progresiva. Y para ello, las grandes empresas disponen de cuatro mecanismos: la deslocalización, la reducción de plantilla, la bajada de salarios y la subida de precios. El resultado: destrucción del tejido industrial, desempleo, deterioro del consumo e inflación. Y vuelta al principio del problema.
La falacia del empobrecimiento equitativo
Cuando oficialmente se dice que somos un 20% más pobres, se nos induce a aceptar con resignación nuestra mala situación, forzándonos a creer que hemos de pagar nuestra parte porque los demás agentes pagarán la suya. Pero esta forma de comunicar el ajuste es en sí una trampa y, por ende, una falacia. Al decir que “somos un 20% más pobres”, se traslada la idea de que todos nos hemos empobrecido en la misma proporción. Y eso en modo alguno es así, puesto que el reparto del esfuerzo en un mercado intervenido no es espontáneo y carece de equidad. Si en términos generales se calcula que nos hemos empobrecido un 20%, quiere decir que una parte muy importante de la sociedad habrá visto mermadas sus rentas y su patrimonio mucho más allá de una quinta parte, y otros muchos lo habrán perdido todo o casi todo.
Hay quien opina equivocadamente que esto es culpa del sistema capitalista, en el cual las desigualdades y la pobreza son el único horizonte posible para la gran mayoría de las personas. Pero nada más lejos de la realidad. No ha existido durante todos estos años un modelo capitalista dentro de una economía liberalizada, sino un modelo económico basado en la intervención del mercado, el secuestro de recursos y la destrucción de la libre competencia. Y cada vez resulta más difícil para el común crear riqueza y acceder a la economía y, por supuesto, a la política.
El mercado de acceso restringido
Nos encontramos dentro de un sistema cerrado, en el que el capital no circula libremente, sino que ha de transitar por circuitos cada vez más restringidos. Fuera de estos circuitos, la riqueza, las rentas de los ciudadanos de a pie, son sistemáticamente fiscalizadas, detraídas, confiscadas y, en general, saqueadas de diferentes maneras.
En un mercado en contracción, donde el endeudamiento se ha convertido en el sucedáneo de la riqueza dando lugar a una riqueza aparente cinco veces superior a la riqueza neta, los que se benefician de este sistema cerrado tratarán por todos los medios de mantener sus privilegios, trasladando el ajuste de la economía al resto.
Mientras los grandes agentes que controlan la economía pueden socializar sus pérdidas con diferentes mecanismos y argucias, la mayoría de los pequeños agentes no pueden salvo recurso de instalarse en la clandestinidad. Por lo que la crisis, lejos de desaparecer, da lugar a una larga y prolongada fase de empobrecimiento de la población, que, además de soportar los efectos inherentes a la contracción económica, debe pagar de su bolsillo las pérdidas de los grandes agentes y hacer que estos mantengan sus privilegios. Por eso la crisis se cerrará en falso y dará paso a un prolongado proceso de empobrecimiento generalizado en el que muchos caerán por debajo del umbral de la miseria, y otros tantos pasarán a ser pobres.
Si no se produce un salto a un sistema de libre acceso, la cuestión fundamental ya no será si esta crisis terminará algún día, sino cuánto queda para que el sistema se colapse. Y aún peor, cuánto tardarán los Estados en transformarse en sistemas sociales completamente cerrados, bajo la dictadura de los grandes agentes y certificar el fin de las democracias.

*Javier Benegas es experto en branding y comunicación
Publicado en: La crisis, Economía
Email del autor: jcferrando.c@gmail.com